Transcurrían los finales de los 80 o los primeros de los 90: momento en el que pudimos ser reyes, monarcas de un tiempo que aún no había empezado a correr ─cronómetro a cero─. Un Kronos aún paralizado, pero con la guadaña afilada y lista para devorar, esperando tranquilo desde su eternidad. Un Kronos que solo tú podías activar, porque no dejaba de ser tu mismo.
Mientras tanto, escuchabamos a DeVille ─ignorantes de que su mariachi versión era de Jimi Hendrix─, sin apenas comprender más que frases sueltas: where you going with that gun in your hand?
Deseando ir rumbo a un paraíso ─ficticio, como todos─: the Mexican way; huir tan lejos, poder ser dueños, monarcas de nuestro tiempo que empezaba a escurrirse en nuestros primeros trabajos.
Pero empezamos a comprender, el pasado se impone: When we were king. Ni lo fuimos, ni lo seremos. Pero la rabia se mantendrá, como cuando Alí golpeó a Foreman en Kinsassa, the jungle rumble. El combate, la rebancha del hombre libre contra el esclavo pagado por el Dictador.
Y, como casi siempre, Bowie nos explica con su voz profunda ─y la guitarra de Townshend─ que nos abrasamos lentamente en esta horrible ciudad.
Algo paso, creímos que pudimos ser reyes, y sin embargo, tan solo somos bastardos.