Estos días he ido a ver el mar, espejo en el que he intentado reflejarme ─en vano─: a oír el rumor del oleaje; a sentir el tibio Sol de finales de febrero que apenas llega a calentar entre cortinas de nieblas altas. Me han dicho que es relajante ─sin duda─: oler el salitre balsámico. Por un momento, apenas he logrado rozar el sentimiento de plenitud, del fluir del tiempo.
No he podido dejar de recordar una canción que, con insistencia, escuchaba en mi adolescencia y que ahora recobra su sentido, «estoy metido en un oscuro affaire y no sé como salir de él».
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